Poner la vida en las manos de una banda de rock: cinco miradas al épico y estruendoso paso de Oasis por Latinoamérica Cinco periodistas de El Observador se dividieron entre los shows que la banda británica dio en Buenos Aires y Santiago de Chile; estas son las imágenes que les quedaron grabadas de un momento histórico para el rock 22 de noviembre 2025 - 18:42hs Oasis tocó en el estadio Más Monumental, en Buenos Aires DF Entertainment En algún momento a fines de los noventa alguien dijo —es probable que hayan sido los propios hermanos Gallagher— que Oasis se había convertido en la banda de rock más grande del planeta. La fiebre que despertaban sus primeros discos, sus conciertos multitudinarios, la disputa con Blur (y Pulp) por el trono del britpop y la reputación de Liam y Noel como chicos malos del Manchester obrero ayudaba a fomentar ese título, uno que para 2009, cuando el grupo se consumió en su propio caldo de escándalos y peleas fraternas, ya había quedado atrás. Quince años después de aquella separación, que incluyó la fermentación de un odio tan encarnizado entre los Gallagher que hacía imposible cualquier acercamiento medianamente civilizado, volvieron. Sí: volvió Oasis. Y en cuanto el primer acorde de Fuckin' in the bushes reventó el escenario de Cardiff, el 4 de julio de este año, y el Live 25' se lanzó de forma oficial, las dudas se despejaron: Oasis, otra vez, es la banda de rock más grande del mundo. Importa poco qué fue lo que los juntó de nuevo, los exorbitantes números que está recaudando la gira, la aguja hipodérmica de Adidas como marca oficial del tour, si esto sucedió por un divorcio millonario o porque un par de cincuentones necesitaban volver a llenar sus arcas o, quizás, darle un mejor trato a su legado; importa que las canciones suenan igual de bien que antes, que millones de personas los esperaban con la desesperación de quien respira solo si suena Morning Glory o Live Forever, importa que la felicidad absoluta cruzó 18 estadios, 41 noches y a más de dos millones y medio de personas que estuvieron allí, en vivo, para verlos juntos, quizás, una última vez. Entre ellos estuvieron cinco periodistas de El Observador, que hicieron largas y desesperantes colas virtuales hace un año para conseguir entradas, y que esperaron casi once meses para estar en los shows de Buenos Aires y Santiago de Chile, las dos ciudades por las que la banda pasó antes de que la gira llegue a su fin este domingo en San Pablo. Nicolás Tabárez Buenos Aires, 15 de noviembre Estadio Más Monumental This is happening. Está pasando. La frase aparece en las pantallas gigantes del escenario y seguro también en la mente de unos cuantos miles de asistentes al evento cuando ven aparecer a Liam y a Noel Gallagher, mano con mano, los hermanos sean unidos. Después de quince años, lo que parecía una imposibilidad está pasando. Oasis está ahí, tocando, un hit tras otro: los que invitan al pogo desaforado, las épicas románticas que canta Noel, los himnos de rock de estadio que ya nadie hace y que quizás nadie haga nunca más. Está pasando, pienso, pensamos, los que ya los vieron alguna vez o los que los descubrieron después de que Liam le destrozara una guitarra a su hermano mayor en París antes de un show y el grupo se disolviera inmediatamente, por lo que esta noche en el Monumental es su primera vez. ¿Estarán reconciliados de verdad? El trato distante en el escenario entre los hermanos permite dudar. Al menos se toleran lo suficiente como para encarar esto, y seguro el suculento cheque que se llevan ayude. Porque esto es, además de un evento global, un festival de consumo. Adidas se forró con la colección de ropa de la banda que sacó, la tienda pop-up que se abrió a propósito de estos show parece esos videos de gringos desbocados entrando al hipermercado en el Black Friday, a nadie le falta su remera (aunque sea trucha), su piluso, la bolsita con el merch. Otras formas, más capitalistas, de demostrar que está pasando. También hay otras, emocionales. Está pasando y la felicidad es colectiva. Se nota en los friendship bracelets que regalan a la salida, en las sonrisas cansadas después de un día sofocante. Está pasando y lo sabe la ciudad tomada: los choferes de aplicaciones que preguntan por el show, los locales que ponen las playlists de Oasis a todo dar, la moza que canturrea Don’t look back in anger mientras recorre las mesas, la cajera que entona Wonderwall mientras espera al siguiente cliente, los ingleses e irlandeses que se cruzaron medio mundo para ver junto al presunto “mejor público del mundo” a lo más conocido que había dado el Manchester City antes de que llegaran los fondos soberanos emiratíes. Se ve en cada abrazo entre amigos en Supersonic, en los besos que se dan las parejas en Stand by me, en los que se agarran la cabeza cuando arranca Slide away o Live forever, y caen: está pasando. Capaz aquello de no poner la vida en manos de una banda de rock no era tan mala idea después de todo. Emanuel Bremermann Buenos Aires, 15 de noviembre Estadio Más Monumental Durante once meses, o en realidad durante quince años, pensé que sabía lo que quería: abrir los brazos a una noche de calor, recostarme sobre la voz de 80 mil personas, gritarle a Sally que espere, que no mire atrás con rencor, y sentirme parte de un ritual agónico, un eco salido de las entrañas grises de un Manchester que ya no existe. Don’t Look Back in Anger siempre fue la llave para mí, y supongo que para millones de fanáticos más, de algo que me imaginé siempre muy lejos de mis posibilidades: ver en vivo el reencuentro de la banda de mi adolescencia, de los hermanos del norte, un golpe de suerte excesiva que me permitiera por 4 minutos y 49 segundos desgarrarme la garganta con el mayor himno de estadio que dio la última década del siglo XX, con la canción que me hizo más feliz en los años de la gran confusión. Pensé que era eso, entonces, lo que quería por encima de todo: poder tener ese instante de vida para mí, poder saborearlo, poder darme cuenta en el momento y no después de que, sí, estaba finalmente ajustando cuentas con el que fui a los 16 años. Pero contener la expectativa y la ansiedad durante tanto tiempo cambia los planes. De hecho, es probable que esa misma intensidad previa haya sido lo que en medio del calor insostenible del sábado 15 en el Monumental intentó refrenar eso que, de entrada con Hello, me empezó a trepar por la espina. Caprichoso, yo quería emocionarme y quebrarme precisamente en Don’t Look Back in Anger, no antes ni después, y sabía que eso no pasaba hasta el final del show. Sin embargo, me tuve que resignar a que la cosa iba a ser distinta: la conmoción brotó de entrada, el nudo en la garganta también, el impulso de cantar todas y cada una de las canciones con los ojos irritados por el sol y los recuerdos. Y la música. La verdad es que no tengo idea de qué efecto produce la música en el organismo, no sé qué tiene el rock para elevarte de esa forma, para convertir una noche cualquiera en una celestial. No sé por qué ver a la masa ondear al ritmo de Morning Glory te deja atónito, cómo se hace para corear but my god woke up on the wrong side of his bed sin lagrimear, no sé qué se puede hacer más que saltar como un desaforado en Rock ’N’ Roll Star. Yo no sé qué tecla tocaron estos hermanos Gallagher cuando, hace mucho tiempo, en un enero asquerosamente insoportable en el litoral uruguayo, el mismo año en que ellos se cruzaban a muerte y se juraban el fin, Stand by me se me impuso bajando música en el Ares —convencido de que estaba descargando un cover de Ben E. King—, se me enterró en la sien, en el pecho, y nunca más pude volver a salir de Manchester. Así que no: no sé. Oasis siempre me hizo feliz y no tengo idea por qué. Seguramente parte de la culpa la tengan las canciones, que son muy buenas porque Noel es un gran escritor. En fin, yo estaba segurísimo que en este regreso quería cantar a los gritos Don’t Look Back in Anger y expurgar todo lo que hubiera que expurgar. Y que eso me iba a dejar completo. En realidad, ahora entiendo mejor: yo quería ser parte de la historia. De su historia. Y quería comprobar que ambos, Liam y Noel, siguen siendo parte crucial de la mía. Y eso pasó. Me lo demostraron con la mayor noche de rock que viví jamás. Joaquín Pisa Buenos Aires, 15 de noviembre Estadio Más Monumental Parecen olas. Olas de una tarde lluviosa, turbulenta. Desde la tribuna más alta y más al fondo del Monumental el sector de la cancha es un espectáculo aparte. Se mueven como una masa homogénea pero desordenada, explotan cuando comienzan los hits, cantan al unísono. Es difícil entender qué pasa por el cuerpo cuando uno ve a tanta gente unida sintiendo lo mismo. La emoción de ver algo que muchos creyeron que nunca iban a presenciar. La nostalgia de una música que estuvo en todas esas vidas, al menos por momentos. El saber que se está presenciando algo histórico. Arranca Rock 'N' Roll Star y el suelo tiembla, el Monumental tiembla. Noel comienza a cantar Dont Look Back in Anger y el público lo tapa, desgarrándose la garganta como él. Cada aplauso, cada grito de barra brava, se repite en todo el estadio como si fuésemos uno. En la caminata del final, sentí por primera vez en mi vida la incertidumbre de no saber si alguna vez voy a volver a sentir algo igual. Carla Colman Santiago de Chile, 19 de noviembre Estadio Nacional 21:04 – Está pasando. La pantalla gigante del estadio lo dice concretamente: esto no es un simulacro. No es broma. No es producto de una alucinación. Está pasando pero la incredulidad es una sensación obstinada y persiste, aunque Liam y Noel Gallagher hayan entrado tomados de la mano a ese estadio que ahora grita con la voz desencajada. 9:15 – No lo conozco. Lo miro bailar con los brazos en el aire como llevado por el viento suave que recorre la tribuna, una brisa calma que apacigua el calor del día que acaba de morir entre las montañas de la cordillera, que se asoma sobre los miles de puntos negros y blancos en los que se convierten desde la altura las 64 mil personas que se siguen apretujando en una masa movediza. No lo conozco pero me hace feliz. Tiene esa expresión de éxtasis en la cara: una sonrisa calma, los ojos cerrados y el cuerpo entregado por completo a los acordes de Morning Glory. Del otro lado, a miles de cuerpos de distancia, los hermanos Gallagher. No lo conozco, pero me reconozco en él. 9:30 – Nos damos vuelta. La espalda hacia los músicos que esperamos 15 años volver a ver, o ver por primera vez. Entonces, el estadio salta. Miles de personas se sostienen de los hombros y desde ese lugar de la tribuna ese abrazo parece lo único que nos separa de la caída. El poznan, esa costumbre que los Gallagher instalaron cuando suena Cigarettes & Alcohol que comenzó en otra cancha con la hinchada del Pozna y el Manchester City. “Congrats. It was fucking biblical”. 10:48 – ¿Alguien aquí está viendo a Oasis por primera vez? Esto es para ustedes. Noel introduce Don't look back in anger como un regalo que el público desenvuelve con la voz en alto, cantando cada verso al cielo. Wonderwall es un hito en la noche. Y pronto es el final. Champagne Supernova suena como la despedida de ese encuentro que parecía imposible. Es el final de una experiencia colectiva, un grito en conjunto, un momento de encuentro inesperado. Después, el silencio. Mateo Piaggio Santiago de Chile, 19 de noviembre Estadio Nacional Para las 21:00, la tensión en el campo del Estadio Nacional es insostenible. El calor del sol ya se apagó, pero el aire se asfixia entre el público. La gente aprovecha cualquier centímetro disponible para acercarse lo máximo posible al escenario. Hay que levantar la cabeza sobre la marea y como un mamífero acuático recuperar algo de oxígeno. Solo hay una salvación posible: que al fin suene Fuckin' in the Bushes. Y suena Fuckin' in the Bushes y entran los hermanos Gallagher al escenario y ahora empieza la espera casi orgásmica por Hello. Y llega Hello con sus saltos y sus empujones y sus it's good to be back y su advertencia: este concierto va a ser difícil para el corazón... y las pantorrillas. Y después viene llenarse la boca con Slide Away y emocionarse con Noel en Stand By Me y hacer pogo y cantarle en la cara a extraños Supersonic y Rock n' Roll Star y pasarle los brazos detrás de los hombros a un amigo y corear Don't Look Back in Anger y Champagne Supernova y pensar que darías lo que fuera por una gota de agua. Lo que fuera, menos irte de ahí.
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